lunes, 3 de octubre de 2016
EL MONSTRUO - Emil Sinclair
No te preocupes mi niño, mamá está contigo, nada va a pasarte.
que dormir cariño, así bien tapadito, no, tu osito Charlie está roto y sucio, acuérdate. Sí, no
me olvido del beso en la frente, sí Esteban, he mirado debajo de la cama y en el armario y
no he encontrado ningún monstruo, ya te he dicho muchas veces que los monstruos no
existen, sólo que a menudo se tienen pesadillas y crees que lo que has visto y hecho es
real mi pequeñín, ahora duerme, sí, mamá vigilará, buenas noches querido, pero no llores
mi cielo, por favor sabes que oírte llorar me hace daño, cálmate ángel mío, no te revuelvas
tan fuerte, vas a acabar hiriéndote, sabes que esta noche tiene que ser así mi vida, si
duermes tranquilo mañana aflojaré las cinchas de tus muñecas y soltaré tus piernas, pero
sólo si eres bueno te dejaré comer carne.
Corazón delator
Corazón delator - Gustavo Cerati
Un señuelo
Hay algo oculto en cada sensación
Ella parece sospechar
Parece descubrir en mi debilidad
Hay algo oculto en cada sensación
Ella parece sospechar
Parece descubrir en mi debilidad
Los vestigios de una hoguera
Oh mi corazón se vuelve delator
Traicionándome por descuido
Fui victima de todo alguna vez
Oh mi corazón se vuelve delator
Traicionándome por descuido
Fui victima de todo alguna vez
Ella lo puede percibir
Ya nada puede impedir
En mi fragilidad
Es el curso de las cosas
Ya nada puede impedir
En mi fragilidad
Es el curso de las cosas
Oh mi corazón se vuelve delator
Se abren mis esposas
Un suave látigo una premonición
Evocan llagas en las manos
Se abren mis esposas
Un suave látigo una premonición
Evocan llagas en las manos
Un dulce palpito la clave íntima
Se van cayendo de mis labios
Un señuelo
Hay algo oculto en cada sensación
Se van cayendo de mis labios
Un señuelo
Hay algo oculto en cada sensación
Ella parece sospechar
Parece descubrir en mi
Que aquel…
Parece descubrir en mi
Que aquel…
ROPA USADA I
Pía Barros
(microrrelato)
Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de
inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Sólo
porque tiene un orificio justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el chiporro blanco
tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la
calle. A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un callejón. Una bala hace un giro
en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía
y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela
la sonrisa ante el impacto. La dependienta, corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la
chaqueta en el perchero. Lima sus uñas distraída, aguardando.
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